El artículo La hipocresía de exigirle a la televisión trajo a mi correo electrónico una avalancha de mensajes y cartas, demostrando no sólo el eterno interés por la Televisión, sino lo polémico del tema. Mientras que alguien de nombre Katy me dice que la Televisión es entretenida, pero sale caro verla -en referencia a la deformación que puede provocar-, Adriana, diseñadora gráfica, exige compromisos personales y ética profesional a quienes producimos programas, y Rosa, locutora, asegura que sí se puede aportar, además de información y diversión, un tanto de cultura y educación. Si bien la Televisión comercial, creada para entretener, no tiene ninguna obligación de educar o de ser un centro de aprendizaje, sí tiene el deber de no deformar, y es aquí donde interviene el uso de la ética en la creatividad, sin olvidar que los padres deben aplicarse como traductores de sus hijos ante la Televisión cuando ésta muestre realidades en las noticias o a través de personajes sociales que suelen aparecer en telenovelas y series -el asesino, el envidioso, la traidora-.
Cuestiono la hipocresía de exigirle a la Televisión porque pretendo insistir sobre aquellos maestros y familiares que ante el niño inquieto, asumen como remedio, con ignorancia, encender la Televisión para evadir su responsabilidad individual de entretenerlo, y entonces chocan con una programación que critican al descubrir el daño que podría causar en la formación del individuo. Mauricio Alatorre, Director de Producción de una compañía de Televisión, aclara que me faltó decir que me refiero a la Televisión abierta -la que es gratis-, y tiene razón, porque la Televisión de paga -cable o satélite- tiene una diversidad maravillosa donde podemos encontrar y aprender desde cómo fue la formación de la Tierra, hasta los esfuerzos de los leones por cuidar su manada, realizado generalmente con un gran sentido del entretenimiento, haciendo pasar el aprendizaje por una forma de narrar historias compatibles con la Televisión. Son los canales denominados de nicho que van directamente al público interesado en determinados temas.
A la Televisión comercial -señal abierta- podemos exigirle todo lo que se nos ocurra, pero no podrá cumplir con todo lo que queremos. Trazar entre sus objetivos que no enseñe a mentir o a cometer crímenes sí es una aspiración válida y cada día percibo más compromiso social en casi todas las programaciones del mundo, en sus escritores y productores.
Esa criticada Televisión en las últimas semanas ha sido fundamental para movilizar a países y continentes ante desastres naturales recientes en el Caribe y otras tierras, y lo consigue precisamente por su poder de convencimiento, por su éxito de audiencia, porque quienes ven su programación entienden que hay que moverse hacia la solidaridad. Son los momentos donde la Televisión comercial puede formar conciencias y exponer actitudes positivas.
Hoy podemos aplaudir que gracias a la Televisión -y a otros medios- muchos gobernantes y burócratas son más cuidadosos en sus actos, porque la transparencia del cristal de las pantallas televisivas suele llegar a sus oficinas, a sus bolsillos y a sus cuentas bancarias, cuando en los espacios informativos se descubre y se informa de actos de corrupción y se denuncia con el poder de la imagen. Esa es una manera de informar formando contra la deformación.
Alguien anónimo me escribió diciendo que los medios de comunicación son una influencia directa en la manera cómo la gente percibe las cosas, cambian maneras de pensar, crean modas… y es cierto, pero eso sucede también con las clases de los maestros en las escuelas, las conversaciones entre amigos y familiares y con millones de fotografías y artículos que en la Internet están a un click de aparecer si no vigilamos y cuidamos los contenidos hasta de una simple reunión de fin de semana. La Televisión, al tener una identidad y un sonido propio, con imágenes en movimiento que conviven en el hogar, produce una credibilidad especial asimilada por el televidente. Por esa fuerza comunicativa es que debemos de asumir nuestra responsabilidad en la educación de los pequeños, evitando así que se vuelvan, cuando sean adultos, seres manejables e imprecisos, como podría ocurrirles con cualquier otra experiencia en sus vidas que deforme su carácter y no sólo como resultado de la Televisión.
Los padres deben asumir su responsabilidad perenne de selección: qué programas ver en qué canales a qué horas, y qué cantidad diaria debe permitirse, de acuerdo a las edades y hábitos escolares de cada hijo, exactamente igual que se cuidan de abrir una revista porno en casa o de llevar a los niños a un bar de adultos. La Televisión nunca formará en el sentido estricto de la educación de mujeres y hombres. Está siempre más al límite de deformar si su contenido no se discute en familia o no se limita a quienes todavía, por su edad, son incapaces de analizar y elegir con madurez.
Como me dice Maru, en otro correo electrónico que recibí, una mexicana que vive en Italia, el reto de la Televisión es redescubrirse, reconquistar el corazón del televidente y a través de ello, dejar huella, a lo que sólo agrego: una huella que siempre nos permita seguir disfrutando de la Televisión, sin que pierda nunca su sentido de entretenimiento, incluso con el riesgo de la deformación, como ocurre con las sabrosas comidas que ingerimos… aunque sabemos que engordan. Todos está en el equilibrio que otorguemos a la vida.
Por Alexis Núñez Oliva
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