El pasado septiembre un cable de la agencia AP explicaba que la red de suministro de electricidad de Brasil creó una reserva adicional para evitar un apagón nacional, debido al último capítulo de la telenovela Tropical Paradise, producida por TV Globo. Se esperaba que más de 160 millones de espectadores sintonizaran el final y podía colapsar la energía eléctrica de no tomarse las medidas previas. El momento crítico no era para cuando vieran la telenovela, algo que ocurre todos los días, porque en los horarios picos la gente ve Televisión. El conflicto podía venir en el instante que llegaran los cortes comerciales y el público, millones a la vez, tomara la decisión de calentar algo en el horno de micro-ondas o abriera el refrigerador.
La influencia de las telenovelas en nuestras vidas no es sólo paralizando las actividades comunes para sentarnos frente a la Televisión. Va más allá de hacernos disciplinados asistentes a la cita, todos los días, a la misma hora. El fenómeno, con más de cincuenta años al aire, interviene en gobiernos, servicios, actitudes, decisiones, organización y hasta en la elección de estudios superiores, motivaciones para conseguir objetivos, temores y formas de relacionarnos con todos y todo.
Las telenovelas, además de construir ilusiones, y darnos la posibilidad de vengarnos del mal y hacernos vencedores como cómplices del bien, crean moda al interior de los hogares, provocan la venta de determinadas plantas ornamentales que aparecen en las escenas y hacen que algunas frases pasen al vocabulario de un país.
Esto explica por qué una madre en Costa Rica le puso a su hijo Sebastián cuando el actor Jorge Salinas interpretaba un personaje con ese nombre en la telenovela Tres mujeres -Televisa- y era su deseado galán platónico, y cómo en Cuba paladar se le llama a cualquier restaurante familiar dentro de una casa, porque en la historia de Se vale todo -TV Globo- la actriz Regina Duarte interpreta a una mujer que sale de la pobreza vendiendo comida en su casa con un negocio al que le puso por nombre Paladar.
Las telenovelas, columna fundamental de cualquier televisora exitosa en América Latina, son fuente de críticas y elogios de las páginas de los diarios y de los programas de Televisión, llenando decenas de espacios bajo la justificación del análisis, cuando en realidad se usa como contenido porque hasta hablar de las telenovelas es entretenido. En cualquier país, en una reunión con intelectuales, el tema de la telenovela suele aparecer en algún momento. En apariencia surge para cuestionar las que están al aire y presumir de no verlas, porque en ciertas clases sociales es elegante expresar que se está en contra de ellas.
Pero bastan unos minutos de conversación y uno puede comenzar a descubrir cómo quienes aseguran ser ajenos a las telenovelas son conocedores perfectos de tramas, personajes, capítulos, historias, que van abordando co la falsa expresión de estaba yo el otro día pasando los canales y me detuve un momento en la telenovela esa que no recuerdo su nombre… Decir que uno ve o no telenovelas parece que define un estatus, y ocurre precisamente porque las telenovelas forman parte fundamental de la vida. En ellas se cuenta siempre un poco de nuestras verdades, un poco de nuestras propias mentiras y es donde descubrimos nuestros propios temores, esos que pocos conocen y luego asumimos ante los demás que son sólo historias de la Televisión.
El género telenovelas es el más influyente de todos los géneros que la Televisión ha sido capaz de producir y es forma y fondo de todo lo que ocurre en la comunicación televisiva. Por supuesto que las telenovelas -novelas de la tele- encontraron el poder de la Televisión porque con su alcance y credibilidad las hizo crecer a niveles nunca imaginados. Los argumentos son uno de los pocos cambios que han tenido las telenovelas. Después de tantos años, mientras antes queríamos que nuestras vidas se parecieran a las telenovelas, hoy vemos muchas telenovelas que se parecen más a nuestras vidas. La Televisión actual es una ventana de la realidad y es el medio que con más éxito provoca una lectura mimética de casi cualquier acontecimiento.
Ese mimetismo de la Televisión provocó, después del nacimiento de la Infanta Sofía, una avalancha de registros de niñas recién nacidas en el mundo bajo el nombre de Sofía. Influyó, hace casi 33 años, para que a mi esposa le pusieran por nombre Verónica, porque su padre era un admirador desbordado de Verónica Castro, la exitosa conductora y actriz mexicana de telenovelas que causó furor por mucho tiempo a través de la Televisión.
Somos personas distintas, con nacionalidades e idiomas diferentes, pero las telenovelas nos demuestran qué tan comunes somos.
Por Alexis Núñez Oliva
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