A la Televisión le pedimos lo que no somos y lo que queremos para nosotros y posiblemente para el mundo, olvidando que el mundo es una realidad en la que poco participamos para cambiar las cosas, aunque quisiéramos cambiar la Televisión. Somos nosotros quienes influimos en la Televisión. Hoy la Televisión se parece más a nosotros.
Los gobiernos democráticos exigen a la Televisión que sea más plural y la usan para decirse más tolerantes. Los gobiernos autoritarios usan la Televisión para politizar las sociedades y hablarles las 24 horas justamente de lo que no resuelven con tono de triunfalismo y sometimiento, ignorando su propia realidad.
La Televisión es parte fundamental de la memoria de un país y es el recuerdo de cómo sonaron y se movieron los acontecimientos que marcaron cada año de nuestras vidas.Es capaz de hablar del pasado como si fuera presente, y hace del presente una maravillosa experiencia, porque lleva al televidente a lugares donde no estuvo como si tuviera mil vidas, mil ciudadanías y contara con la capacidad de ser y vivir en muchos lugares al mismo tiempo.
Las emociones de la imagen y el sonido, en combinación perfecta y casi real, hacen estallar a los sentidos y provocan al televidente, sacándolo de su rutina e introduciéndolo en una atmósfera de emociones en cadena que nunca sabe hacia dónde lo llevará. La Televisión puede emitir un mensaje y el televidente interpretar otro, porque la lectura que se hace de la Televisión siempre depende del nivel social, económico y educativo del espectador y no únicamente del emisor como a veces se pretende denunciar.
En ocasiones la Televisión crea con el público un diálogo de sordos, donde una parte intenta el sometimiento de la otra. Forma, color, movimiento y sonido: eso es la Televisión. Logró reunirlo todo en el hogar y aparecerse en la intimidad del individuo, de la pareja, de la familia. Transformó para siempre el ambiente familiar y desplazó horas de conversación y de silencios por horas de Televisión. Aún en el siglo XXI, con todos los adelantos en la tecnología de la información, con la penetración de las redes sociales y los mensajes de textos, las personas comunes nacen, se desarrollan, mueren y… ven Televisión. Decenas de decisiones personales y familiares, empresariales y de estado, judiciales y sociales, se toman a partir de la Televisión, de sus programas dramáticos, de las actitudes de sus personajes, de sus revelaciones, de sus noticias, de las declaraciones de los protagonistas de la vida pública.
Otro aspecto que contribuye al impacto y adicción de la Televisión, es que sus protagonistas son las personas reales, tal y como las conocemos. Si alguien quiere acercarse al éxito con un programa de Televisión, es imprescindible que muestre la diversidad de razas, costumbres y gestos de la sociedad a la que va dirigida la producción.
Los noticieros suelen olvidar a la gente y exponen más a los funcionarios, políticos y famosos, alejándose del público, de las masas, porque la gente no se ve reflejada cuando no se tiene en cuenta su punto de vista como afectado o beneficiado por las noticias. Los políticos, funcionarios y famosos suelen tener valores de líderes de opinión, y en algunos casos sus atributos son aspiraciones, pero no se parecen a la mayoría, y eso provoca pérdida de la atención, creando la atención intermitente, y termina por aburrir. Una Televisión autoritaria es aquella que se produce sin estudios y sin tener en cuenta las necesidades, gustos y exigencias del público y que parte de criterios excesivamente académicos o de grupos. La Televisión tiene la obligación de mostrar la realidad a pesar del guión, las luces y las cámaras a pesar de que eso no suele ocurrir en la realidad.
En la realidad interviene el azar, la coincidencia y contrario a eso, en la Televisión debe de evitarse todo azar o coincidencia, toda improvisación, porque la Televisión, en cualquier programa, puede prever lo que ocurrirá o cómo trasmitirá incluso lo imprevisto, cómo lo comunicará, mientras que en la vida real siempre nos rodea el enigma de nunca saber si el próximo minuto será el último en que nos asomaremos a la Televisión.
Por Alexis Núñez Oliva
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