La Televisión sigue constituyendo el único miembro de la familia que permanece en el interior de los hogares, sin perder el afecto, invitando a la reunión, motivando para que el tiempo transcurra entretenidamente.
Aun en las sociedades donde la familia ha sido fragmentada con distintas opciones, entre teléfonos, tabletas y redes sociales, la Televisión todavía pertenece al núcleo de confianza y destaca más como un ser que habla y se mueve, que como un simple mueble o equipo electrónico. Es difícil imaginar alguien que pueda vivir sin Televisión. Desde las telenovelas hasta las noticias y los deportes, todos necesitamos de ella con la misma fuerza que la criticamos. La amamos hasta el límite de odiarla. La odiamos hasta el límite de amarla.
Quienes trabajamos en la Televisión y los televidentes -nosotros seguimos siendo también espectadores empedernidos- sentimos la misma pasión: todos los días amanecemos con ilusiones y preocupaciones, pero siempre con la certeza de que en algún momento del día la Televisión nos permitirá un nuevo encuentro, con el riesgo de que la siguiente cita será un enigma.
La Televisión no es una religión ni una afiliación política, pero reúne, crea espacios (otros los destruye), se vuelve tema de conversación y participa de la vida de las personas con mayor influencia que las escuelas y los padres.
No conozco otro tema sobre el que cada vez sabemos menos, y sobre el cual todos opinan como si supieran más. Nadie se atreve a cuestionar la forma en que un médico explica los padecimientos y sus soluciones, pero si un experto en Televisión expone sus criterios acerca de la calidad de algún programa, todos se sienten con el derecho no sólo de opinar, sino hasta de contradecir y aportar a lo sugerido por el profesional.
Esto sólo ocurre con la Televisión, porque todos tenemos al menos una que vive con nosotros, lloramos y la padecemos, nos trae alegrías y nos avisa, como nunca antes, de la última bomba que cayó en el mundo hace apenas unos segundos o del nuevo parto múltiple que ocurrió en un hospital que no conocemos. La Televisión hizo la Tierra más pequeña y sólo a ella exigimos lo que no somos capaces de exigir a los gobiernos ni a nuestra familia. Queremos que grite lo que callamos, y que calle lo que somos y ocultamos. En la Televisión está nuestro lenguaje universal: nos comunica, nos delata, nos cuestiona, nos ilusiona y nos damos licencia para cometer los siete pecados capitales. A pesar de las discutidas opiniones sobre la fuerza de Internet, las redes sociales y del uso de los celulares, no hay riesgos, porque la Televisión seguirá siendo esa cita cotidiana a la que asistimos con la misma ilusión que provocan los primeros romances y que después de tocar apenas un botón, echa a andar sin que tengamos que realizar algún esfuerzo que no sea el simple placer de verla.
Por Alexis Núñez Oliva
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