Vestirse con ropa ajena
Europa siempre está mirando a Estados Unidos y en particular a Hollywood como que quiere pero no puede.
Se presentan ante el mundo como los grandes generadores de contenidos de calidad contra los contenidos basura provenientes del otro lado del Atlántico. Actualmente, España en particular esta envuelta en la polémica sobre su nueva Ley Audiovisual que recoge los parámetros básicos de esa dicotomía entre los “buenos” que tratan de defenderse ante el ataque de los “malos”.
Están los defensores a ultranza de esa clásica y perversa política proteccionista que se abanderan con la política europea de cuotas y porcentajes de pantalla y están quienes son obligados a bailar sin tener demasiado que ver con el ritmo de la música, como por ejemplo el sector de las telecomunicaciones.
En España, están interfiriendo en el mercado en defensa de unos sin importar las consecuencias en los otros. Las televisoras privadas y las empresas de telecomunicaciones deberán pagar la fiesta a productores audiovisuales que son incapaces siquiera de lograr audiencia en Youtube si subieran gratis sus “premiados éxitos”.
La realidad es tan perversa que existe toda una industria de dedicada a producir “basura cultural” con tal de que le sobren unos 90 mil euros al año para mantener su pobre existencia y lograr algún reconocimiento mediocre entre sus pares. Algunos incluso compran entradas en los cines para lograr la cuota mínima que les permita cobrar los subsidios oficiales.
En Latinoamérica la situación es más fuerte aún porque estamos a mitad de camino entre ser europeos y vivir como norteamericanos. Allí intelectuales y cineastas se rasgan las vestiduras ante el éxito de la “telebasura” y prometen cambiar las leyes para imitar el “modelo europeo” y defendernos de la mercantilización cultural y decirle al pueblo que es lo que tienen que consumir.
Soy un gran enemigo de los extremos, y en el caso europeo basta con mirar un par de estadísticas internacionales de la industria para entender que esta forma de proteccionismo y promoción de la industria audiovisual es un enorme fracaso y un gran negocio para unos pocos que lucran con plata ajena jugando a ser Fellini. Tampoco se trata de tener a Sylvester Stallone como el paradigma del éxito. Perfectamente se puede promocionar la industria audiovisual mediante políticas de estímulos transparentes para todos, sin necesidad de someternos a eruditos señores que nos juzgarán para luego elegir a los mismos de siempre y disponer dineros que no son de ellos en inversiones que no serán capaces de pagar siquiera la energía eléctrica de las salas de cines que los proyectarán.
No es justo y va contra la naturaleza humana hacer que unos lleven la cruz de otros. No es justo que una industria tenga determinados beneficios en detrimento de otra. No es justo que las televisoras privadas o las empresas de telecomunicaciones paguen las aventuras de unos iluminados que se sienten con el derecho de dilapidar dineros ajenos realizando “superproducciones” que ni siquiera serán vistas por sus propias familias.
Europa y parte de Latinoamérica no logran entender una de las razones básicas por lo que la industria audiovisual norteamericana es un éxito. Simplemente porque hay un “doliente” detrás de cada éxito y ese éxito está construido encima de muchos fracasos. No entienden que detrás de cada éxito hay alguien que invirtió mucho dinero y que esperan un retorno por esa inversión y que solamente así podrán realizar una nueva producción en el futuro pues no contarán con el apoyo del “Papá Estado”. Apoyar el desarrollo de nuestra industria audiovisual es una obligación de nuestros gobernantes, pero ello debe hacerse en forma inteligente y acorde a la realidad del mundo actual. No debemos continuar alimentando a una casta de parásitos que lo único que les interesa es hacer flamear la bandera de “victimas” ante sus evidentes incapacidades profesionales de imponerse por la vía de la competencia leal en la taquilla de cada fin de semana.
Si tienen dudas porque no les preguntan a los señores de Dallas a ver como les fue con sus pares japoneses o chinos cuando tuvieron que competir en la industria automotriz. Cine, TV o autos, cada cual en lo suyo pero ante todo la LIBERTAD de competir lealmente y que gane el mejor sin necesidad de vestirse con traje ajeno para entrar a una fiesta en la cual no siempre se está a la altura de las circunstancias.
Ismael Saldivia
Julio 2009