Cuando en 1893 el serbio Nikola Tesla desarrolló el primer mando a distancia, con patente registrada, con el objetivo de controlar vehículos en movimiento, no podía sospechar que tantos años después los seres humanos dependan del control remoto de Televisión como se puede depender de la almohada, de la pareja sentimental o de alguna adicción. Aunque en 1956 apareció el primer aparato que a distancia podía cambiar tímidamente algunos canales, con un sistema mecánico y escandaloso que sonaba, fue hasta finales de los años setentas cuando el control remoto adquirió la forma de una amenaza para las televisoras y dio la comodidad a los televidentes, aunque apenas permitía subir y bajar el volumen y cambiar al canal anterior o al siguiente.
Cuando hablamos en la industria de la Televisión de puntos de rating y share, estamos haciendo una referencia subliminal al control remoto, la pequeña botonera cada vez con más opciones. Los que producimos Televisión sabemos que el control remoto es nuestro verdugo. Es el arma mortal con que disparan los televidentes para tomar, en menos de un segundo, la decisión de cambiar de canal. En los años que los canales había que cambiarlos a través de un botón parecido a una llave de cocina de gas, los espectadores concedían más tiempo a los programas, confiando en que llegara un momento más entretenido según transcurrían los minutos.
Levantarse del asiento varias veces significaba un esfuerzo físico. En ocasiones los niños se convertían en el ayudante al que los padres decían… ¿me cambias de canal?.
En esos tiempos los índices de obesidad eran menores -no creo que únicamente por el ejercicio de cambiar canales-, el ritmo de la vida era más tranquilo y la diversidad de canales de Televisión era pequeña si la comparamos con las cientos de señales que tenemos hoy ¿Y por qué la gente cambia de canal? El tema es mucho más profundo y en él participan varias condiciones que coinciden, todas atractivas para otro comentario en su análisis casi científico.Sólo el disparo de un arma es tan rápido como cambiar los canales. Depende de una orden para mover un dedo. Hasta por error a veces cambiamos de canal y llegamos a un programa que nos sorprende y nos hace olvidar el anterior.
Está demostrado que las mujeres son más conservadoras en el uso del control remoto. Demoran antes de cambiar un canal. El espíritu materno las ha dotado de una paciencia que podemos ver todos los días cuando ellas deciden hacer zapping. Los hombres, cuando tienen un control remoto en las manos, actúan como pistoleros del viejo oeste. Nada los detiene. Todo les interesa. Enloquecen apostando a lo que sigue. Se fuman con los dedos los botones que suben y bajan por los canales.
No existe algo más atractivo para un hombre que el programa que no está viendo y al que quiere llegar pronto sin saber cuál es ni dónde está. Los hombres padecen de zapping precoz, y provocan en las mujeres, cuando ven la Televisión en pareja, insatisfacción y ansiedad. A veces las mujeres se cansan y los dejan… por otro televisor instalado en alguna parte del hogar. Inicia así la infidelidad de los esposos televidentes y cada uno decide entretenerse con distintas programaciones. Los hogares de cualquier mortal tienen una invasión de controles remotos. El equipo de sonido, los motores de las cortinas eléctricas, los aires acondicionados y hasta las alarmas de los autos se apropiaron del mando a distancia para hacer la vida más placentera y más sedentaria.
Pero ningún control remoto crea la dependencia emocional que construye día a día el control remoto de la Televisión. Su breve extravío sobre la cama, en el piso o en el sillón, provoca palpitaciones, angustia, enojo, culpas y responsabilidades. ¿Dónde lo dejaste? ¡Tú lo tenías! ¡Yo lo dejé aquí y ya no está! En este siglo 21 quizá no existe una herramienta más democrática que ese control remoto, porque permite al televidente votar a cada segundo por el mejor programa, eligiendo a los más vistos y condenando a la desaparición a los olvidados. Sabemos que el uso del control remoto no determina la calidad y profundidad de los contenidos, y menos su alcance, pero es quien le permite a cada televidente votar por los programas más entretenidos, SEGÚN sus gustos y preferencias sin usar la palabra, sin escribir sus pensamientos, sin confesarse ante el sacerdote.
Quizá no esté lejos el día en que a través de un control remoto podamos callar al vecino escandaloso o apagar al amigo que nunca deja de criticarlo todo y quién sabe si hasta nos sirva para cambiar de gobierno cuando la política nos invada precisamente sin control. Mientras eso no suceda, las personas seguirán jugando a controlar la Televisión, aunque la realidad disponga que casi siempre es la Televisión quien nos controla, a pesar de la distancia.
Por Alexis Núñez Oliva
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